Los niño/as, en la primera infancia, sufren de muchos cambios en su desarrollo, algunos bruscos y a mucha velocidad. A los dos años se producen cambios llamativos en su conducta. Algunos lo llaman “los temibles 2 años” o la “crisis de los 2 años”. Pero se puede resumir en una palabra: rabieta.
Las rabietas comienzan a partir de los 2 años y, en algunos casos, antes. Y pueden estar presentes hasta los 5 o 6 años.
¿Qué son las rabietas?
Una rabieta se produce cuando un niño/a o un adulto no sabe expresar sus emociones de enfado y/o frustración y da salida a esa emoción de una manera inapropiada. Puede ser gritando, pataleando, golpeando objetos o personas, llorando, dando un portazo…
Las rabietas son manifestaciones propias y saludables de la edad de 2 a 5 años y que se dan por razones psicoevolutivas. Durante la primera infancia los niño/as son básicamente emocionales, ya que su parte racional del cerebro esta en formación. Es decir, aún no han madurado sus recursos racionales para gestionar sus emociones. “Los niño/as no intentan manipularnos, simplemente no saben controlar sus emociones y sus impulsos”.
¿Por qué se producen?
La palabra clave es : autonomía. SÍ, eso es lo que están demandando. Las rabietas es una respuesta a una necesidad: quieren elegir y además hacer cosas por sí solos.
Voy a intentar explicarlo: Hasta ahora nuestro/as niño/as han sido dependientes de nosotros/as. Han sido bebés indefensos que necesitaban de nuestro cuidado para todo, poco a poco hemos ido conociendo sus necesidades, como las expresaba y como cubrirlas e incluso hemos llegado a escoger la forma de hacer las cosas que mejor se amolda a nuestras preferencias. Pero de pronto, el niño/a empieza a tomar la iniciativa en cosas que antes ni nos planteábamos: decide lo que quiere hacer y lo que no, sus preferencias, su ropa, la comida, sus juguetes, la compañía…Además adquiere la capacidad de hacer cosas de forma autónoma (o de no hacerlas) y de expresarlo de forma clara. . En otras palabras, el niño/a quiere reafirmarse. Quiere tomar decisiones, manifestar sus preferencias, sus deseos…y realizar tareas por sí solos. En cierto modo, estaríamos siendo espectadores del nacimiento del “Yo” de tu niño/a, de su personalidad.
Cada niño/a es único y tiene su propio carácter, no intentes amoldarlo a lo que te gustaría, sino simplemente acepta y comprende.
¿Se pueden prevenir las rabietas?
Podemos evitar rabietas, por ejemplo, si dejamos de reprimir sus necesidades de movimientos, expresión y exploración. Intenta darle cada vez más autonomía en las actividades como comer, vestirse, desvestirse, bañarse, preparar su merienda, su mochila…El niño debe tener algo que hacer y si nos puede ayudar en tareas reales, mejor.
Podemos, también, anticipar situaciones que puede detonarlas. Si vamos a ir a un lugar nuevo explícaselo, con antelación, que vais hacer allí. El hambre y el sueño es una combinación segura para una rabieta, si lo anticipamos, le ayudaremos a tener rabietas innecesarias.
Creando rutinas en su día a día. Los niño/as necesitan sentirse seguros y eso les ayudará a saber que viene después. Por ejemplo: después del parque, nos vamos a casa, nos bañamos y cenamos. (Intentar que sea siempre la misma rutina) Si esta rutina se rompe por alguna causa, explicárselo.
Dedicar un rato al día para que descarguen adrenalina: que salten, corran… (e incluso que griten).
Y sobre todo…dedicarles tiempo en calidad y cantidad: juega con él/ella, escúchalo, habla, canta…
Pero y si finalmente estalla la rabieta… ¿Qué hacemos? ¿Cómo actuamos?
Ignorar, mandar al rincón de pensar, gritar o castigar a un niño/a cuando está experimentando una rabieta son recomendaciones obsoletas basadas en el conductismo (corriente pedagógica). Son técnicas irrespetuosas y además nos aleja de atender y comprender la causa real que genera esa conducta.
La forma de intervenir es acompañar, nunca ignorar o castigar. Se trata de empatizar con el niño/a ayudándoles a poner nombre a lo que les pasa.
Las rabietas no se ignoran. De nada va a servir que llore, grite y de patadas hasta que se canse. Solo conseguiremos que eleve su frustración.
Decirles no sin gritar. Debemos poner límites con seguridad y firmeza, pero siempre manteniendo la calma. Eso le ayudara a relajarse mucho antes.
Mantenernos siempre disponibles, cercanos. Si el berrinche acontece en un espacio público, intenta llevarlo a un lugar tranquilo donde estéis los dos solos para que se desahogue con calma.
Impedir que se haga daño a él/ella mismo/a o a otras personas.
Cuando el niño vuelva a la calma, intentamos explicar, poniéndonos a su altura y mirándolos a los ojos, que es lo que pasó, y como nos sentimos.
De esta manera les trasmitimos la certeza de que pueden contar con nosotros/as en los momentos difíciles, que nos importar sus problemas y que pueden expresar su sentir. Debemos normalizar las “rabietas” y dejar de verlas como algo malo, negativo, que no debe pasar. Son normales, imprescindibles y necesarias para el desarrollo óptimo y sano del cerebro del niño. De nosotros depende que cuando crezcan sigan contando con nosotros.
Un niño que se siente respetado y escuchado tiene muchísimas menos rabietas. Un niño que es tratado con empatía sufrirá menos rabietas.
Carmen Carrellan Ruiz.
Maestra de educ. infantil y especial.